Ante la extensa producción literaria sefardí, vamos a ocuparnos exclusivamente de la escrita en judeoespañol, es decir, la del Oriente y la del norte de África, ya que la de los sefardíes de Occidente pertenece a otras literaturas. Por tanto, hablamos de dos zonas geográficas: la zona oriental y la del norte de África. En la zona oriental, además de la pervivencia de los géneros de transmisión oral, hubo numerosas obras de producción original en judeoespañol y escritas en aljamía, es decir, escritas en caracteres hebreos. Sus principales centros editoriales fueron Constantinopla, Salónica, Esmirna, Jerusalén, Sofía, Belgrado, Alejandría y Viena. Y en la zona del norte de África los géneros que han subsistido son los de transmisión oral, es casi inexistente la producción escrita en jaquetía pero se conservan manuscritos, y no hubo centros editoriales hasta épocas muy cercanas, sirviéndose estos sefardíes de las obras literarias que, escritas por sefardíes del Imperio otomano, les surtían las imprentas italianas, principalmente, la de Liorna.
El material literario que nos ha llegado se ha clasificado en tres grupos. El primero, el religioso o patrimonial, se trata de una literatura de contenido netamente judío, que viene a suplir la necesidad de todo sefardí de leer o de estudiar textos religiosos. El segundo, el secular, aglutina toda una literatura «adoptada», mayoritariamente de procedencia francesa, que empieza a producirse por primera vez en el mundo sefardí a partir del último tercio del siglo XIX. Y el tercero reúne los géneros tradicionales de transmisión oral, como son el romancero, el cancionero, el refranero y la cuentística popular.
En la literatura sefardí, se distinguen tres etapas. La primera, siglo XVI, es la etapa de instalación; la segunda, siglo XVIII, es la de eclosión de las letras sefardíes; y la tercera, desde mediados del siglo XIX, es la etapa de occidentalización.
El siglo XVI es el de asentamiento de las nuevas comunidades creadas por los expulsos de España y su producción literaria está básicamente dirigida a proporcionar al sefardí los instrumentos necesarios para cumplir mejor con la práctica judía y con los ritos sinagogales. De las obras que se tradujeron citaremos, al menos, el Pirqué abot (‘Capítulos de los padres’), la Hagadá de Pésaj (‘Narración de Pascua’) y las traducciones bíblicas. La traducción del Pirqué abot apareció incluida en un oracional de Ferrara, 1552; y la de la Hagadá de Pésaj se publicó en letras latinas en un oracional de Ferrara, 1552, y en aljamía, se publicó independiente como Séder Hagadá sel Pésaj, en Venecia, 1609. En cuanto a las traducciones bíblicas, el primer libro que nos ha llegado traducido fue Salmos (Constantinopla, 1540); le sigue el Pentateuco en su versión trilingüe, en hebreo, neogriego y judeoespañol (Constantinopla, 1547); y diversos libros bíblicos sueltos de Profetas y Hagiógrafos (Salónica, entre 1568-1572 y 1583-1585).
Los sefardíes del occidente de Europa no fueron ajenos a la tarea de las traducciones bíblicas. En 1553 se imprimió en Ferrara una traducción completa en letras latinas de la Biblia. Hijas de Ferrara son las sucesivas reediciones del texto bíblico que, ya en el siglo XVII, aparecieron en Ámsterdam.
Las únicas obras de libre creación escritas en aljamiado durante el siglo XVI son las de Moisés Almosnino (Salónica, 1518-1580): Regimiento de la vida (Salónica, 1564), de moral, que lleva como apéndice el Tratado de los sueños; y la histórica Crónica de los reyes otomanos (manuscrito redactado antes de 1567).
Tras el siglo XVII, del cual casi lo único nuevo que nos ha llegado en judeoespañol son reediciones de obras impresas en el siglo XVI, entramos en el siglo XVIII. En las primeras décadas del siglo confluyeron una serie de circunstancias que favorecieron la publicación de centenares de obras en judeoespañol, en su mayoría de libre creación. De hecho, se escribieron tantos libros, principalmente de carácter patrimonial y religioso, que sería imposible citar aquí todas las obras publicadas en el siglo. Por ello, vamos a mencionar sólo las dos obras en prosa más representativas, Me`am lo`ez y la Biblia de Abraham Asá, y el género más castizo de los sefardíes, las coplas. Por su contenido secular e innovador para el momento, hemos de mencionar también La güerta de oro, de David Bahar Mošé Atías (Liorna, 1778).
La tercera etapa se produce a mediados del siglo XIX y sus efectos durarán hasta la Segunda guerra mundial. Desde el último tercio de ese siglo asistimos a una total renovación cultural, que mueve los cimientos de la vida tradicional. El mundo sefardí se abre al mundo occidental. En la occidentalización del mundo sefardí fue fundamental la existencia de prensa escrita en judeoespañol, siendo periódicos como El Telégrafo, El Tiempo, El Juguetón, El Avenir, La Época, etc. importantes medios de transmisión de los nuevos aires. Así pues, a partir del último tercio del siglo XIX y aunque la literatura patrimonial de contenido religioso no desapareció por completo, empezó a convivir con géneros seculares. Se publican cientos de obras de teatro, novela, poesía de autor, obras de «erudición», es decir, de intención histórica, biografías, ciencias naturales, medicina moderna, enseñanza de lenguas, etc., muchas de ellas salidas de las imprentas de las decenas de periódicos.
Desde los años 40 del siglo pasado, la producción literaria en judeoespañol ha sobrevivido en una constante agonía. Es sumamente complicado que surjan obras literarias en judeoespañol con la misma calidad que antaño, salvo quizá las de los poetas israelíes Margalit Mattitiahu (Tel Aviv, 1935) y Avner Perez (Jerusalén, 1942), y de la francesa Clarisse Nikoïdski (Lyon, 1938-París, 1996).