Antijudaica

La realidad judía en la historia de España y su diáspora
Introducción

El género literario Pros Ioudaios o Kata Ioudaios entre los escritores cristianos griegos y Adversus Judaeos o Contra Judaeos entre los latinos nace en el seno de la literatura cristiana antigua enraizado en lo que podría llamarse antijudaísmo doctrinal, que consistía en rechazar como malo, o sin valor, todo lo que procedía del judaísmo. En estas obras se atacaba entre otras a la circuncisión, de la que decían que no confiere la salvación, y que no es sino una simple señal para que los judíos sean distinguidos, al rumbo que habían tomado y que los conducía hacia la pérdida, y que Jesús, el Mesías, había sustituido la circuncisión carnal por la circuncisión espiritual. También se combatía el šabbat, el šabbat temporal al que oponían el šabbat eterno, las leyes de pureza de los alimentos, las fiestas judías, etc.

Cabe destacar que este antijudaísmo religioso vino condicionado por la idea de los padres de la Iglesia sobre la discontinuidad del pueblo judío como el Pueblo elegido de Dios[1]. La Repulsa del judaísmo y el carácter de todos sus valores religiosos como signos negativos de la reprobación divina justificaban la exaltación de la Iglesia. Ésta, llamada a reemplazar al pueblo elegido que había sido rechazado, se declaraba Verus Israel[2], ya que los judíos habían perdido sus derechos a la antigua herencia, al haber vuelto la espalda a Jesús, renegándolo y blasfemando contra el fueron infieles a Dios[3]. Así, los cristianos son presentados como los verdaderos herederos, como los destinatarios de los nuevos designios divinos, en definitiva, como el nuevo pueblo elegido por Dios. Incluso, en la anónima obra Altercatio Ecclesiae et Synagogae, redactada entre el 438 y el 476 en la Hispania antigua tardía o en la Galia, y erróneamente atribuida por algún tiempo a Agustín, se llegan a trastocar los términos de la “sucesión” cuando se afirma que la Sinagoga había usurpado a los pueblos la herencia que correspondía en realidad a los cristianos y que, ahora, viuda, era sustituida por la nueva materfamilias, por la Iglesia legítima[4].

La idea del linaje perdido del pueblo hebreo, el pueblo de la “Antigua Alianza”, sustituido por el pueblo cristiano de la “Nueva Alianza” que dio fin con la antigua[5], se transformaría muy pronto en arma conceptual por medio de la cual la Iglesia pretendía distanciarse de un judaísmo degradado, de un pueblo judío que dejaría ya de ser el “pueblo de Dios” en favor del pueblo cristiano y, por ello, contribuiría extraordinariamente a la creación de la base ideológica del “antijudaísmo de exclusión”. Así podemos entender el origen del ideal de la separación social de los judíos tal y como se refleja muy temprano en tierras hispanas en los cánones 16, 49 y 50 del Concilio de Elvira (ca. 306)[6], y posteriormente en la mayoría del cristianismo occidental donde en los concilios se daba especial atención a reglamentar el bautismo de los hijos de las uniones mixtas, así como la disolución del matrimonio, si el conyugue judío no se convierte. Además declaran que todo judío que trate de convertir a sus esclavos los perderá y estos esclavos pasarán a ser propiedad del fisco[7].

Los padres, los obispos, los sacerdotes que tenían que adoctrinar a sus fieles contribuían al proceso de esta política de exclusión social con sus escritos y prédicas. Tratándose aquí del ámbito territorial ibérico, mencionaremos algunos de sus pioneros del periodo anterior a la transición al Medievo (siglos v–vii). Comenzaremos con Gayo Aquilino Juvenco (s. iv), épico hispano y presbítero que en su famosa obra catequética Historia evangélica (Evangeliorum libri quattuor, pretende aleccionar a los cristianos sobre la vida de Cristo, se esfuerza por borrar la idea de que el Evangelio es una historia judía, contada por judíos. Habla lo menos posible del pueblo de la Alianza, de su tierra prometida por Dios, del Templo y de los ritos judaicos. Con ello abstrae a Jesús el Nazareno y a sus discípulos de su raza judía y su ambiente, alejamiento que se complementa con la acentuación de la crítica del judaísmo: su ceguera espiritual, su legalismo, su papel deicida[8]. Prisciliano de Ávila (340–385), predicador itinerante, reproduce en sus sermones y en sus Canones in epistolas Pauli la doctrina de las dos Leyes, una que es carnal dada por Moisés, otra que es espiritual dada por la fe y gracia de Cristo; que el Apóstol ha destruido aquella infame circuncisión por medio de la espiritual del corazón; que los hechos y dichos que hay en el Antiguo Testamento son figura de los cristianos; que el que está en la ley judaica es maldito, de lo que se libran los cristianos por Cristo haciéndose a sí mismo maldito, etc.[9] Paciano de Barcelona, de la misma época (m. circa 390) y obispo de la ciudad durante la segunda mitad del siglo iv, menciona en sus homilías y cartas a los judíos entre los herejes del cristianismo. En su tercera carta a Sympronianum resurge el tema de la continuidad-discontinuidad entre el antiguo Israel y el nuevo Israel, la Iglesia. Según él: continuidad porque la fe de los patriarcas estaba en función del Cristo que había de venir; discontinuidad porque, después de la venida de Cristo, ya no tiene vigencia lo antiguo, que era sólo figura y preparación de la realidad presente[10]. El obispo Gregorio de Elvira (330–393), en su De epitalamio o Tractatus V in Cantica Canticorum, llamado así porque contiene sólo cinco homilías sobre textos del Cantar, pero que es el primer comentario latino conocido a este libro de la Escritura, aplica a los judíos epítetos como “pueblo de dura cerviz”, “irracionales” o “duros de corazón” así como la idea de que los judíos no se arrepentían de sus pecados[11], apelativos antijudíos seguirán como representación ideológica en la literatura cristiana antijudía. Prudencio (348–405), coetáneo de Paciano de Barcelona y de Gregorio de Elvira, aunque más joven que ellos, fue el mejor poeta cristiano de finales del Mundo Antiguo. Prudencio supone ser un interesante testigo de la actitud antijudía de la Iglesia de su época ya que para sus mensajes doctrinales escogió como medio de expresión el verso y no la prosa con el propósito de fortalecer de forma directa y simple la fe de los que ya eran cristianos. Según Prudencio la antigua nobleza heredada de los judíos vive en su esclavitud, mientras que la nobleza cristiana goza de la libertad de una fe reciente pero cuya fe es cuantiosa. Así, el triunfo de la fe cristiana somete bajo su dominio al pueblo esclavo que negó a Cristo[12]. Los judíos, según Prudencio, rehusaban escuchar a Cristo porque preferían prestar atención a los gritos de los demonios, que habían poseído sus entrañas[13]; conscientemente caen con el rostro en tierra para no ver la luz que emana de la verdad de Cristo[14]. Prudencio aseguraba que el pecado cometido por los judíos sobre Cristo se había convertido en una “deuda de sangre” que se transmite de forma colectiva de generación en generación[15], por ello exhorta al pueblo judío “digno de compasión”, para que aprendiese de sus desgracias y supiese ver quién era el verdadero poder de la venganza[16].

Con los escritos y los cánones Contra Judaeos se mantuvo también el deseo de seguir convenciendo a los judíos de la verdad de la religión cristiana, de la realidad de sus creencias, de sus dogmas, de sus principios. De ahí el continuo deseo de hacer proselitismo entre ellos. Todo era parte de los esfuerzos que hacía la Iglesia para llegar a la universalidad, que durante los primeros siglos no pudo ser más que teórica por lo que el proceder del antijudaísmo teológico comenzó a experimentar modificaciones representadas en manifestaciones populares y conversiones forzadas. Una de las primeras ocurrió en Menorca, donde según la carta del obispo Severo, a principios del siglo v, la llegada de las reliquias del protomártir Esteban, provocaron un celo religioso y misionero por parte de los cristianos y la aparición de discusiones con los judíos, tanto en lugares públicos como en casas privadas, que finalmente culminaron con la quema de la sinagoga y la conversión forzosa de la comunidad judía vistas por el obispo balear, redactor de la carta, como manifestaciones de la voluntad divina y, por ello, debían ser dadas a conocer como prueba irrefutable de los cristianos sobre el error judaico.[17]

Durante la monarquía visigoda los judíos hispanos se vieron sometidos a una legislación dura y minuciosa promulgada progresivamente por los reyes visigodos, y preparada por los numerosos concilios eclesiásticos que durante este período se celebraron en Hispania[18]. La finalidad de los obispos y de los dignatarios de la Iglesia era obtener la conversión de los judíos, y suprimir en la Hispania católica el espíritu judaico, y para ello obtuvieron el apoyo de la autoridad secular. La monarquía visigoda, de Recaredo (586–601) en adelante, tuvo como propósito más claro el de acabar con una disidencia religiosa que tenía visos de transformarse en disidencia social y política. Motivos de índole religiosa y empeño para lograr la unidad del reino se unen así para acabar con el judaísmo peninsular, claro antecedente de la situación que se dará más tarde para justificar la expulsión general de los judíos en 1492.

En la argumentación de la patrística hispana representada durante el período visigodo por los tres santos: San Isidoro, San Ildefonso de Toledo y San Julián de Toledo, también encontramos reunidas todas estas ideas teológicas y polémicas sobre la fe católica contra los judíos. De los tres destacados personajes, el que más trabajó en la empresa de atraer voluntades y hacer cristianos de corazón a los judíos que habían sido convertidos bajo el mandato de Sisebuto se lleva la palma el obispo hispalense, San Isidoro, quien escribió tres obras a este fin: un tratadito sobre los testimonios de Isaías, y dos más cuya importancia consiste en servir de nexo de unión entre las tradiciones antigua y medieval[19]. En el caso de su Fide catholica contra Iudaeos, ésta repercutirá en futuros textos hispánicos durante la Edad Media y la postura antijudía que recogen como por ejemplo en De perpetua Virginitate Beatae Mariae adversus tres infideles de Ildefonso de Toledo (667), De Comprobatione Aetatis contra Iudaeos de Julián de Toledo (686), Pugio fidei adversus Mauros et Judaeos de Ramón Martí (c. 1280) o el Fortalitium fidei contra judaeos, sarracenos, aliosque christianae fidei inimicos de Alonso de Espina (1460).

Los escritos Contra Judaeos asumieron sus modificaciones a medida que durante los siglos de la Alta Edad Media (siglos viii–xv) florecía la apologética y nacía una literatura originada por la necesidad que experimentaban los cristianos de convencer a sus adversarios. Ellos se dirigían tanto a los judíos como a los sectarios de la Iglesia y también a los sarracenos, evidenciando ante ellos que, los cristianos, eran los únicos que seguían fielmente la tradición, los que cumplían las profecías y además que los menores detalles de sus dogmas estaban previstos y anunciados en las Escrituras. Por ello encontramos en diversos casos que los escritos de este género van dirigidos también a los musulmanes, así por ejemplo el ya mencionado Pugio fidei adversus Mauros et Judaeos de Ramón Martí (siglo xiii), o de los incluidos en este catálogo, el Fortalitium fidei contra judaeos, sarracenos, aliosque christianae fidei inimicos de Alonso de Espina (siglo xv) [208*]; el Tratado breve contra la secta mahometana… y particularmente contra la de los judíos, y Hereges de Manuel Sanz (siglo xvii) [217*] o La impugnación contra el Talmud de los judíos, Alcoran de Mahoma, y contra los herejes de Felix Alamín (siglo xviii) [220]. Recordemos aquí al lector que fue en tierra hispana, donde Ramón Martí fundó primero en Murcia y posteriormente en Barcelona (1259) colegios de lenguas orientales[20] con el fin de conocer más de cerca la doctrina sarracena, poder probar la “irracionalidad” del Islam[21] y mantener su actividad apologética[22] y evangelizadora en Túnez. En cuanto a los judíos, si bien al principio se ha insistido en hacerles comprender su testarudez y se les habló como a un discípulo, desde mediados del siglo viii, las apologías propiamente dichas desaparecieron para volver más tarde, pero transformadas y modificadas.

La razón fue que los años anteriores de esfuerzos habían podido demostrar a los teólogos cristianos la poca efectividad de su obra evangelizadora y lo poco que sus razonamientos influían, basados casi siempre en una exégesis fantástica o en algunos contrasentidos de la Biblia griega, comúnmente llamada Biblia Septuaginta o Biblia de los Setenta, tratando de convencer a esos “insensibles” judíos que preferían escuchar a sus rabinos y se aferraban más a su fe a medida que era más humillada. Así, se fueron incrementando más los insultos que los argumentos puramente teológicos y se vio menos en el judío al posible cristiano que al deicida sin remordimientos. Se injurió a estos hombres, cuya persistencia chocaba, y que con su sola presencia seguían impidiendo que el triunfo de la Iglesia fuese completo. Por lo tanto, nunca cesó el proceso de desjudaizar por completo la figura y el magisterio de Jesús y el de los Apóstoles; es decir, descartar la figura real del Nazareno, anular la importancia del Cristo katá sarka, según la carne, y descifrar el misterio de la Redención de la humanidad pecadora mediante un Dios que se encarna, se sacrifica y resucita, y olvidar totalmente que el cristianismo había nacido en el seno de la sinagoga.

Una de las novedades precedentes al gran cambio aparecido a mediados del siglo xii[23], se manifiesta ya en el siglo ix en la España musulmana cuando con gran disgusto de la Europa cristiana, un diácono de ascendencia alemana llamado Bodo (814–876) se trasladó a Zaragoza en el año 839 y abrazó el judaísmo tomando el nombre de Elʽazar[24]. Se casó con una judía y escribió opúsculos mesiánicos contra el cristianismo. Sus escritos atrajeron en forma epistolar la réplica de Álvaro, converso del judaísmo y líder de los celosísimos cristianos de Córdoba. Aun lo genuino que podamos ver en el formato epistolar de esta controversia ambos autores sólo discuten en sus cartas los argumentos clásicos de los antiguos apologetas cristianos contra los judíos[25]. Pero es ya en el siglo xii cuando la apologética cristiana experimentó un cambio radical, paralelo a los acontecimientos históricos y a los cambios en la teología cristiana y en sus métodos. En este siglo aparecen los factores principales que se van a convertir en una constante de la polémica cristiana contra los judíos: el uso de la escolástica y el conocimiento de la literatura talmúdica por parte de los teólogos y polemistas cristianos.

Las controversias se irán centrando más en el Talmud, pero se extienden a toda la literatura postbíblica: los polemistas cristianos, en su mayoría judíos conversos, quieren probar el mesianismo de Jesús y la fe cristiana no sólo con pasajes bíblicos, sino también argumentando con la ley oral, la halajá y sobre todo, utilizando los midrashim y las haggadot del Talmud[26]. Pronto, los cristianos consideran que el Talmud es el mayor obstáculo para la conversión de los judíos: estos lo tenían como Ley oral revelada, incompatible con el mesianismo de Jesús. Interesaba, pues, demostrar a los judíos que no era Ley revelada, sino invención humana, esto se intenta probar arguyendo que el Talmud contiene errores e inmoralidades inadmisibles en una doctrina revelada. El Talmud, por consiguiente, se presenta como una verdadera herejía: en vez de interpretar la Ley escrita, pretendía sustituirla, y alejaba a los judíos de la verdadera interpretación de las profecías. Para desprestigiar al Talmud, los polemistas cristianos atribuyeron valor teológico, que en realidad no poseían, a las partes legendarias e ilustrativas del Talmud (haggadá) y trajeron a colación pasajes irracionales que parecen absurdos, como los antropomorfismos y antropopatismos que figuran en él[27].

El pionero de este nuevo método apologético en la península ibérica fue el judío converso Moshé Sefardí de Huesca (1062–ca.1140), autor de la famosa Disciplina clericalis, que optó por el nombre de Pedro Alfonso en homenaje a su protector Alfonso I de Aragón. Prosiguió las acusaciones contra los judíos sobre la personificación de la Divinidad según la doctrina judía, utilizando sus amplios conocimientos de la literatura rabínica, con la referencia en veinte casos al Talmud y a los midrashim, como doctrina o doctrinarum liber, esto en sus Dialogi contra Iudaeos, en el que hace la defensa de su propia conversión en una disputa fingida consigo mismo[28]. Aunque también impugna la religión islámica, casi todo el tratado se refiere al judaísmo. El tema de las cualidades que los Rabbini Judaeorum atribuyen a Dios fue recogido por Vincent de Beauvais, quien en su Speculum Historiale, cita las acusaciones de Pedro Alfonso contra el Talmud. A éstas añade De Beauvais la definición del Talmud como doctrinae Judaeorum[29].

El golpe significativo en la península a “la doctrina de los judíos” lo asestó Ramón Martí con su obra maestra Pugio fidei adversus Mauros et Judaeos, terminada en Barcelona 1278, donde amplió la labor contra el Talmud iniciada por Nicolás Donín en París[30], convirtiéndose el Pugio en fuente a la que acudieron los polemistas posteriores para replicar y convencer a los judíos sobre las razones del cristianismo. Las partes segunda y tercera del mismo constituyen una impugnación a fondo del judaísmo, hecha con pasajes extraídos de los libros rabínicos citados en su texto original con tal perfección y dominio que hay quienes piensan que el dominico barcelonés pudiera ser también un judío converso[31]. Le prosiguió el judío converso, Jerónimo de Santa Fe, ex rabino de Alcañiz y médico personal de Benedicto XIII, con el mismo conocimiento profundo de la literatura rabínica y con la misma idea de Martí que afirmaba que “es bueno que los cristianos tomen en su mano la espada de sus enemigos los judíos y que los golpeen con ella”. Así, Jerónimo de Santa Fe utilizó sus conocimientos rabínicos para desprestigiar las enseñanzas del Talmud consideradas como el mayor obstáculo para la conversión de los judíos[32], y por otro lado al igual que Martí en un Tratado suyo, el Ad convincendum perfidiam Iudaerum así como en la famosa Disputa de Tortosa (1413–1414) que él organizara recurrió (hasta la sesión 63) a textos del Talmud para demostrar que el Mesías ya había venido. En las siguientes (hasta la sesión 68) así como en otro tratado suyo, De Iudaicis erroribus ex Talmut se vuelve contra el Talmud señalando que contiene afirmaciones contra la Ley, contra los profetas y contra el Mesías. La Disputa de Tortosa, la mayor controversia habida entre judíos y cristianos en la Edad Media, duró dos años, y un considerable número de judíos –tres mil–, se convirtieron al cristianismo, según las Actas de la Disputa y según el testimonio de la Bula de Benedicto XIII en la que “prohíbe que nadie, fiel o infiel, enseñe o aprenda, lea o escuche, tal doctrina”.

La disputa de Tortosa es un ejemplo de las altas cotas de intransigencia que logró alcanzar el antijudaísmo doctrinal, alimentado del odio popular hacia los judíos, gestado ya desde mediados del siglo xiv. La peste negra y las crisis sociales y políticas daban oportunidad –tanto a los frailes agitadores como a los políticos del entorno de Enrique de Trastámara– de desviar hacia los judíos el profundo malestar del populacho[33]. En este sentido la predicación a las masas resultó nefasta porque el antijudaísmo teológico y el popular se reforzaban mutuamente. Testimonio de ello se lee en la Crónica del rey don Enrique en referencia al motivo de los sangrientos asaltos a la judería sevillana en 1391: “un Arcediano de Écija… que decían don Ferrand Martínez, predicaba por plaza contra los Judios, é… todo el pueblo estaba movido contra ellos”[34]. Más adelante allí se nos enseña que, durante los disturbios las juderías eran robadas y saqueadas: “E todo esto [los sucesos antijudíos de 1391] fue cobdicia de robar, segund paresció, mas que devocion”[35].

Otro predicador popular, que unos meses antes de las matanzas de 1391 ya había estado predicando en Castilla, fue el dominico valenciano fray Vicente Ferrer, cuyo apostolado y gran éxito como predicador de masas y milagrero, lo elevó finalmente a las excelencias de la santidad. Aunque en sus sermones decía que detestaba los derramamientos de sangre y la coacción religiosa, en la práctica obligaba a los judíos a escuchar sus sermones, y sus duras palabras provocaban que, de nuevo se inflamara todavía más el fanatismo de los cristianos y el odio hacia los judíos. Unas bandas de flagelantes que le seguían a todas partes imponían el terror a los judíos de tal manera que cuando él se acercaba huían temiendo por sus vidas. En algunos lugares el propio fray Vicente entró a las sinagogas a fin de consagrarlas al culto cristiano[36].

En la segunda mitad del siglo xv también nos encontramos con otro predicador estelar, el fraile franciscano Alonso de Espina, confesor de Enrique IV, que en 1460 terminaba su obra Fortalitium fidei. Con el pretexto de fortalecer la fe de los cristianos, ataca a los judíos, a quienes presenta con los tradicionales motivos antijudíos sirviéndose de los Padres de la Iglesia y de otros autores medievales. Insiste en la acusación del “deicidio” y abusa de las leyendas del crimen ritual y de profanación de hostias, y también de maldiciones, maleficios de brujería, e incluso el regicidio. Así, relata en una de sus historias que en 1415 los judíos de Segovia habían profanado la hostia consagrada, siendo uno de los malhechores Don Meír Alguadex, médico del rey Enrique III. Cuando se le interrogó y sometió a tormento, no sólo confesó este delito, sino también otro anterior: que había envenenado a su rey, por lo que había sido condenado a muerte[37]. Eran las típicas calumnias literarias, pero aunque Espina daba falsos datos y referencias, de sitios y personas, parecían ser verdaderos tal y como él los relataba, razón por la que encontramos aquí en la selección presentada de obras Contra Judaeos diferentes ediciones del Fortalitium, pues la obra tuvo un éxito de best-seller y fue reeditada varias veces durante el mismo siglo xv[38] [208*].

En otro momento ya tratamos del celo militante de los predicadores hispánicos en la Baja Edad Media, actividad que pudo intensificar desde muchos ángulos la idea de que los judíos debían convertirse porque no tenían cabida en una sociedad cristiana unificada por la fe. Utilizaron en su favor las más variadas técnicas de persuasión en sus bien trabados sermones: ejemplos, citas de autoridades, sentido alegórico de los textos, todo ello procurando enlazar su propaganda doctrinal con las preocupaciones cotidianas de las masas. La fervorosa excitación de predicadores como Pedro de Ollogoyen, Juan Martínez de Balbás, Ferrán Martínez, Pedro Sánchez, Vicente Ferrer, Alonso de Espina, Hernando de la Plaza, Juan de Santo Domingo o Antonio de la Peña condujo a desafíos públicos y disputas, forzaron a los judíos a asistir a los sermones en iglesias, sinagogas y otros lugares públicos e incitaron a disturbios con pérdidas considerables de vidas y propiedades[39].

Los antiguos escritos del género Adversus Judaeos, siguieron apareciendo en la península ibérica también en los albores de la expulsión, algunas veces de forma anónima como por ejemplo el incunable del Dialogus pro Ecclesia contra Synagogam[40], o el Censura et confutatio libri Talmud [41], así como la Cólera de Cristo contra los Judíos[42] y otras con el nombre de su autor como el Tractatus contra Judaeos de Jaime Pérez de Valencia [207*], que a través de cinco “quaestiones” estructuradas en párrafos, y éstos a su vez, en conclusiones retorna al ciclo de ideas patrístico de antaño probando lo siguiente: que todos los elementos legales de la Ley Mosaica cesaron, murieron, con la venida de Cristo; de modo especial, el Sábado. Que los bienes prometidos en la Ley Mosaica no habían de entenderse materialmente sino espiritualmente. Que el verdadero Mesías prometido y esperado por la Ley y los Profetas es Jesucristo. Y que, una vez cesada la Ley Mosaica, fue sustituida por la Ley Evangélica[43].

Todavía más interesante es el hecho de que, después de la expulsión general de los judíos de España en 1492, y no habiendo ya judíos en el territorio peninsular continúan los escritos de polémica antijudía, y no sólo esto, sino que las consideraciones teológicas y sociales son transferidas a los ahora acosados conversos. El lector de esta amplia y variada colección de obras Contra Judaeos podrá constatar cómo en las obras de Benito Remigio Noydens, Visita general y espiritual colirio de los judíos (siglo xvii) [212*]; Pedro de Aliaga, Clara luz, con la qual podrá ver el hebreo su falsa esperanza (siglo xvii) [215]; Antonio Contreras, Mayor fiscal contra judíos (siglo xviii) [225]; Juan Joseph Heydeck, Defensa de la religión christiana (siglo xviii) [227] y en otras más, se seguía haciendo en ellas referencia a los judíos mientras que lo que se llevaba a cabo era un anti-evangelismo feroz contra los conversos olvidando que al igual que los demás cristianos, estos también habían recibido la gracia del bautismo.

El traspaso del ideario antijudío a los conversos descuella en el caso llamado El Santo Niño de la Guardia o el segundo Cristo[44] [234*, 241, 248*, 249* y 251*], donde en un auto de fe celebrado en Ávila en 1491 son condenados a muerte dos judíos y tres conversos culpados de las dos acusaciones calumniosas, como las que hubo tantas en la Edad Media –profanación de hostias y asesinato ritual– todo para demostrar la deplorable relación entre judíos y conversos y el daño que son capaces de causar conjuntamente a la sociedad cristiana. Al respecto ya el insigne historiador Yitzhak Baer afirma que “no cabe duda de que la acusación tomaba apoyo en un principio en la literatura antijudía de las generaciones precedentes y no en las declaraciones de los detenidos. Los inquisidores de Segovia y Ávila encontraron el material para su acusación en el Fortalitium fidei [208*] de Alonso de Espina y en los demás antijudíos de la Edad Media”[45]. Otra acusación montada por el Santo Oficio, y que en sí misma no era nueva, es la del supuesto caso de la imagen flagelada por conversos en la Calle de las Infantas, el llamado el Cristo de la Paciencia[46] [235*, 236, 237*, 246* y 247*]. La calumnia de imágenes ultrajadas como es sabido aparece ya repetidas veces en la Edad Media[47]. Aquí por medio de esta leyenda, como en casos parecidos durante los siglos xvi–xvii, no se trataba más que demostrar nuevamente el traspaso de las “maldades judías” a los hostigados conversos.

Si observamos a modo de paradigma el libro del padre fray Francisco de Torrejoncillo, Centinela contra los judíos [214, 216*, 218, 221, 222, 224 y 226], escrito en España a principios del siglo xvii, se podrá ver que lo que se pretendía era combatir a los conversos, de los que se decía que invadían todos los cargos civiles y religiosos. El autor apunta que los judíos son presuntuosos y mentirosos, que han sido siempre traidores, que han sido despreciados y vencidos, que los que les ayudan acaban mal, que no se debe creer en ellos o en sus obras, que son agitadores, vanidosos, sediciosos[48]. Sin embargo, Torrejoncillo puede ser considerado un moderado, si lo comparamos con otro escrito contemporáneo de esta colección, el Breve discurso contra la herética perfidia del judaísmo de Vicente da Costa Mattos (originalmente escrito en Portugal [210] y traducido en 1628 por fray Diego Gavilán Vela [211*]) ya que aunque la mayor parte de los argumentos reunidos son parecidos, Costa Mattos es más extremista llegando a sugerir su expulsión “por el bien espiritual y temporal del reino”; para justificar tal medida trae como ejemplo lo que se hizo antes con los moriscos, que eran también cristianos por el bautismo[49].

Para terminar, he de disentir con la selección de dos de las fuentes mencionadas en esta importantísima obra. 1) La Historia de la milagrosa conversión del Señor Ratisbonne del judaísmo a la religión católica [232*], que no puede considerarse como obra del género Contra Judaeos, pues no es más que una narrativa apologética de Marie-Alphonse Ratisbonne sobre su “milagrosa” conversión al cristianismo. 2) El padre Fidel Fita, es el primer académico de la Real Academia de la Historia en Madrid que se dedicó a publicar en el Boletín de esa prestigiosa Institución documentos sobre la historia de los judíos en España. El volumen suyo sobre El caso del Niño de la Guardia [255*] no puede considerarse Contra Judaeos, por haber publicado las minutas del proceso del judío Yucé Franco de Tembleque y su “confesión”, cuando todos sabemos –incluyendo al padre Fita– que no se trataba más que de un libelo de la Inquisición con fines propagandísticos en vísperas de la expulsión.

Moisés Orfali
Catedrático de Historia del Pueblo Judío
Universidad Bar-Ilan


[1]    Véase en general, Jaroslav Pelikan, The Christian Tradition. A History of the Development of Doctrine, vol. 1: The emergence of the Catholic Tradition (100–600) (Chicago–London: The University of Chicago Press, 1971).

[2]    El tema Verus Israel sobrevivió en la época posterior a la patrística y durante toda la Edad Media, véase entre otros, Gilbert Dahan, La Polémique chrétienne contre le judaïsme au Moyen Âge (Paris: Albin Michel, 1991), pp. 126–129.

[3]    La idea de la pérdida de Israel de todos sus derechos fue un tema central en el antijudaísmo de los Padres de Iglesia en los siglos iv–v, véase Robert Louis Wilken, “Judaism in Roman and Christian Society”, Journal of Religion 47 (1967), p. 32; ídem, “Insignissima religio, certe licita? Christianity and Judaism in the Fourth and Fifth Centuries” en Jerald C. Bauer (ed.), The Impact of the Church upon Its Culture. Reappraisals of History of Christianity (Chicago–London: University of Chicago Press, 1968), p. 56.

[4]    Altercatio Ecclesiae et Synagogae dialogus, ed. por Jocelyn Nigel Hillgarth en Corpus Christianorum Series Latina 69A (1999), pp. 18–27.

[5]    Augustini, Tractatus adversus Judaeos, Migne, PL, 42, cols. 53–54.

[6]    Texto en José Vives Gatell, Tomás Marín Martínez y Gonzalo Martínez Díez, Concilios visigóticos e hispano-romanos (Barcelona-Madrid: CSIC, 1963).

[7]    Una visión general del fenómeno antijudío adherido al proceso de cristianización del Imperio romano puede verse en Raúl González Salinero, El antijudaísmo cristiano occidental (siglos iv y v) (Madrid: Editorial Trotta, 2000).

[8]    Jean-Michel Poinsotte, Juvencus et Israel. La represéntation des juifs dans le premier poème latin chrétien (Paris: Presses Universitaires de France, 1979), pp. 28 ss.

[9]    Véase Priscilliani quae supersunt, ed. Georg Schepps, CSEL 18 (1889), pp. 119–139.

[10]  Véase Lisardo Rubio Fernández, San Paciano. Obras (Barcelona: Universidad de Barcelona, 1958), Epistola ad Sympronianum Novatium III, 8, 9).

[11]  Gregorius Eliberritanus, Epithalamium sive Explicatio in Canticis Canticorum, ed. Eva Schultz-Flügel (Herder, Freiburg 1994), Cant. I. 18; Cant. II. 36; Cant. II. 43.

[12]  José Guillén-Isidoro Rodríguez Herrera (ed. bilingüe), Aurelio Prudencio. Obras Completas (Madrid: BAC 58, 1950), Apotheosis, pp. 546-551.

[13]  Ibid., pp. 397–402.

[14]  Ibid., pp. 330–333.

[15]  Ibid., pp. 543–545.

[16]  Ibid., pp. 509–511.

[17]  Véase texto de la carta en Severus Majorencis, Epistola de Judaeis, Migne, PL 20, cols. 731–746; ídem., Epistola Severi ad omnem ecclesiam. De virtutibus ad judaeorum conversionem in Minoricensi insula factis in praesentia reliquarum sancti Stephani, Migne, PL 41, cols. col. 821–834.

[18]  Una excelente recapitulación de las imposiciones expone José Luis Lacave Riaño, “La legislación antijudía de los visigodos”, en Simposio Toledo Judaico (Toledo 1973), I, pp. 29–42.

[19]  Véanse el De Fide Catholica ex Veteri et Novo Testamento contra Iudaeos libri duo, Migne, PL 83, cols. 450–538 y, su Liber de variis Quaestionibus adversus iudaeos et ceteros infideles vel plerosque haereticos iudaizantes, ex utroque Testamento collectus.

[20]  Se trata de los Studia linguarum, escuelas de lenguas de los dominicos donde se estudiaba árabe y hebreo, además de materias religiosas, filosóficas y teológicas en relación con dichas lenguas, véase Angel Cortabarria Beitia, “L’Étude des langues au Moyen Âge chez les Dominicaines. Espagne, Orient, Raymond Martin”, Mélanges de lInstitut dominicain détudes orientales du Caire 10 (1970), pp. 190–223.

[21]  Véase al respecto John Tolan, “Sarracen Philosophers Secretly Deride Islam”, Medieval Encounters: Jewish Christian and Muslim Culture in Confluence and Dialogue 8 (2002), pp. 184–208.

[22]  Según el cotejo textual de Josep Hernando i Delgado,“De Seta Machometi o De Origine et progressu et fine Machometi et quadruplici reprobatione prophetiae eius de Ramón Martí (s. xiii)”, en Acta historica et archaeologica mediaevalia 4 (1983), pp. 9–63, al tratado de Ramón Martí, Explanatio Symboli Apostolorum ad institutionem fidelium podrían pertenecer el tratado antiislámico De Secta Machometi, y unas Sumas contra Alcorán de los Moros (Summa contra Coran).

[23]  Véase Amos Funkenstein, “Changes in the patterns of Christian anti-Jewish polemics in the twelfth century”, Zion 33 (1968), pp. 125–144.

[24]  Amulo, arzobispo de Lyon durante los años 843–846, narra la historia de Bodo en su “Epistula contra Iudaeos ad Calorum regem”, PL 116, cols. 141–184, donde exhorta a los cristianos a cortar todo contacto con los judíos.

[25]  Véanse epístolas XIV–XX en la PL 121, cols. 478–514; José Madoz, Epistolario de Álvaro de Córdoba (Madrid: CSIC, 1947), pp. 211–281 y Juan Gil, Corpvs Scriptorvm Mozarabicorum (Madrid: Instituto Antonio de Nebrija, 1973), t. I, pp. 227–269.

[26]  Los teólogos cristianos, alegando estas fuentes, pretendían disponer a los judíos para una más fácil aceptación de la exégesis bíblica cristiana, al apoyarla en la propia exégesis judía.

[27]  De los argumentos que erróneamente fue acusado el Talmud trata ampliamente Moisés Orfali, Talmud y Cristianismo. Historia y causas de un conflicto (Barcelona: Riopiedras, 1998).

[28]  Véase “Dialogus Petri cognomento Alphonsi, ex Judaeo Christiani et Moysi Judaei”, PL 157, cols. 527–562.

[29]  Así lo llama en el mismo contexto su antecesor Pedro Alfonso en su Dialogus (PL 157, 540, 541, 543, 549 y 575). Vincent de Beauvais (Speculum Historiale, cap. 28) fijó la fórmula: Thalmuth, id est, doctrinae Judaeorum, y al final del capítulo 129 formula una de sus mayores acusaciones contra el talmud así: Thalmudici Deum corpore fingunt.

[30]  Nicolás Donín rabino de La Rochelle, tras ser expulsado de la comunidad judía se convirtió al catolicismo y con un evidente ánimo de venganza, intervino en la persecución de los judíos franceses, levantó calumnias contra ellos y contra el Talmud. En 1236 Donín presentó al papa Gregorio IX un memorial que contenía 35 cargos contra el Talmud.

[31]  Para conocer la variedad de las fuentes rabínicas utilizadas por Martí, debe consultarse el minucioso estudio de Chen Merchavia, “Pugio fidei – An Index of Citations”, en Exile and Diaspora. Studies in the History of the Jewish People Presented to Professor Haim Beinart on the Ocassion of His Seventieth Birthday (Jerusalem: Yad Izhak Ben-Zvi and the Hebrew University of Jerusalem, 1988), pp. 203–234.

[32]  Véase De Iudaicis erroribus ex Talmut de Jerónimo de Santa Fe. Introducción general, estudio y análisis de las fuentes por Moisés Orfali (Madrid: CSIC, 1987).

[33]  Julio Valdeón Baruque, en Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos xiv y xv (Madrid: Siglo xxi editores, 1975), esp. pp. 125–139 demuestra cómo el antijudaísmo de la época, aunque revestido de enfrentamiento ideológico encubría también una conflictividad social.

[34]  Pérez López de Ayala, Crónica del rey don Enrique, tercero de Castilla (Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 1983), t. 68, p. 167.

[35]  Ibid., p. 177.

[36]  Las referencias bibliográficas sobre su labor en la conversión de los judíos son abundantes por lo que me remito aquí solo a una de ellas, véase Manuel Ambrosio Sánchez Sánchez, “Predicación y antisemitismo: el caso de San Vicente Ferrer”, en Eufemio Lorenzo Sanz (coord.), Proyección histórica de España en sus tres culturas, Castilla y León, América y el Mediterráneo (Valladolid: Junta de Castilla y León, 1993), t. III, pp. 195–204.

[37]  Las historias de crímenes rituales aparecen en el Liber III, Consideratio VI: De crudelitabus Judaeorum. El caso de don Meír Alguadex se halla al final del libro y sobre su falsedad ya han advertido diversos eruditos; el primero, Meyer Kayserling, en su Sephardim. Romanische poesien der Juden in Spanien. Ein Beitrag zur Literatur und Geschichte der Spanisch-Portugiesischhen Juden (Leipzig: n.n., 1859), p. 53.

[38]  Estrasburgo (Johann Mentelin, 1471); Basilea (Bernhard Richel 1475); Nürnberg (Anton Koberger, 1485); Lyon (Guillaume Balsarin, 1487); Nürnberg (Anton Koberger, 1494); Lyon (Jean de Moylin, 1525).

[39]  Véase Moisés Orfali, “La prédication chrétienne sur les Juifs dans l’Espagne du bas Moyen Âge”, Revue de lhistoire des religions 229/1 (2012), pp. 31–52.

[40]  Véase “El Dialogus pro Ecclesia contra Synagogam: Un tratado anónimo de polémica antijudía”, ed. de Moisés Orfali en Hispania 54/2 (1994), pp. 679–732.

[41]  BNF, ms. esp. 356 (Morel-Fatio, n. 30).

[42]  Petrus de la Cavalleria, Tractatus Zelus Christi contra judaeos, sarracenos et infideles (Venecia: apud Aldi filios, 1542).

[43]  Este Tractatus fue publicado en Valencia en 1484, tal y como se describe en el apartado de esta colección de obras. Para más detalles pueden verse Konrad Haebler, Geschichte des Spanischen Früdrukes in Stammbäumen (Leipzig: [Emil Herrmann senior], 1923), pp. 26–40; José Enrique Serrano y Morales, Reseña histórica en forma de diccionario de las imprentas que han existido en Valencia, desde la introducción del arte tipográfico en España hasta el año 1868, con noticias bibliográficas de los principales impresores (Valencia: Imprenta de F. Domenech, 1898–1899), pp. 149–163.12–14.

[44]  Así denomina el caso el gran Lope de Vega, presidente de los familiares de la Inquisición, véase Comedias de Vidas de Santos, Biblioteca de Autores Españoles XI (Madrid: Ediciones Atlas, 1965), pp. [159–213].

[45]  Yitzhak Baer, Historia de los Judíos en la España Cristiana (Madrid: Altalena, 1981), t. II, p. 624.

[46]  Archivo Histórico Nacional Madrid, Inquisición de Toledo, Leg. 140, núm 4: “Cristo de la Paciencia” (véase también el Catálogo de la Inquisición de Toledo, pp. 171–172).

[47]  Véase Joshúa Trachtenberg, El diablo y los judíos: La concepción medieval del judío y su relación con el antisemitismo moderno, Versión castellana de Hebe V. de D’Alessio (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1975), pp. 155–175.

[48]  Francisco de Torrejoncillo compaginó las corrientes del pensamiento racial, teológico, social y económico existentes dentro del antijudaísmo español para demonizar a los judíos y a sus descendientes los conversos. Véase François Soyer, Popularizing Anti-Semitism in Early Modern Spain and Its Empire: Francisco de Torrejoncillo and the Centinela contra judíos (1674) (Leiden: Brill, 2014).

[49]  Véase Moisés Orfali, “Le Breve discurso contra a heretica perfidia do Judaismo de Vicente da Costa Mattos”, en Henry Méchoulan y Gérard Nahon (eds.), Mémorial I.-S. Révah: Études sur le marranisme, lhétérodoxie juive et Spinoza, Collection de la Revue des Études juives 23 (Paris-Louvain: Peeters, 2001), pp. 418–419 y nota 63.

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