Judíos en España

La realidad judía en la historia de España y su diáspora
Introducción

De entre los veinte mil volúmenes de temática general hebraicojudaica que atesora la Bibliotheca Sefarad, unos cuatro mil títulos se refieren específicamente a los judíos de España y Portugal, de los que un selecto centenar de obras singulares se ofrecen aquí, perfectamente fichadas y comentadas por el erudito bibliófilo Uriel Macías Kapón, para ambientar y dar apoyo bibliográfico y documental a la primera sección sobre los Judíos en España. En ella encontrará el lector más referencias a autores, obras y temas que yo no he podido incluir en las siguientes páginas por las limitaciones editoriales.

La multisecular –más de quince siglos– presencia de judíos en una lejana península del extremo occidental mediterráneo, en aquella finis terrae o Hispania romana –hoy España– y llamada Sefarad por los hebreos, nos ha dejado un variadísimo, generoso y ubérrimo legado de importantes obras escritas por conspicuos autores hijos de la casa de Israel.

Se sabe que ya desde muy antiguo hubo pequeñas comunidades judaicas asentadas entre la población tartésica, ibérica y romana, tal como testimonia alguna antigua inscripción latina (como la lápida de Adra, siglo iii), o las referencias a rituales judaicos (condenados y prohibidos en el concilio de Elbira, siglo iv) y algunos restos de mosaicos con textos griegos (supuesta sinagoga de Elche, siglo vi), así como fragmentos de un epígrafe latino (sin fecha) y una lápida latina más completa del siglo viii (ambas de Mérida). Y que durante los siglos de dominación visigótica –tanto bajo el yugo de los monarcas arrianos como de los cristianos– los judíos sufrieron persecuciones y opresión e incluso forzadas conversiones. Con la llegada a la península de los musulmanes –árabes orientales, bereberes norteafricanos, eslavos y mauros islamizados– a principios del siglo viii, la liquidación del poder visigodo y la subsiguiente y rápida ocupación de lo que aquéllos después llamarán Alandalús, los oprimidos judíos –y también muchos cristianos– consideraron a los nuevos señores musulmanes como libertadores, salvadores y protectores, pues mediante el pago de ciertos impuestos se les toleraba la práctica de sus ritos y observancia de sus creencias.

Del legado o herencia que dejaron los autores hebreos de la judaica Sefarad –tanto de la arábigo-islámica como de la más tardía romance-cristiana: los judíos de los estados de Castilla-León, Navarra, Corona de Aragón– intentaré ofrecer una confesadamente incompleta síntesis, no sin antes recordar las palabras del gran vindicador de la ciencia española, don Marcelino Menéndez Pelayo, cuando en sus Ideas estéticas o estudios de crítica literaria escribía: “que debemos buscar los orígenes de nuestras cosas donde realmente se encuentran, es decir, en las ideas e instituciones de todos los pueblos que han pasado por nuestro suelo y de los cuales no podemos menos que reconocernos solidarios”.

A partir, pues, de la consolidación del primer Emirato (=gobernación) y siguiente Califato (compitiendo la dinastía omeya andalusí con los califatos de Bagdad y Damasco) y durante los posteriores reinos de taifas, ya a mediados del siglo x, inmersos y educados los judíos en la lengua árabe dominante (y sus variantes dialectales), se inicia y desarrolla una larga época de florecimiento de las academias rabínicas judeoandalusíes (Córdoba, Lucena, Granada, Málaga, Sevilla y otras), con sabios y maestros bien conocedores de la lengua y ciencias de los dominadores, así como del hebreo y arameo –las lenguas de la Biblia, la Misnáh y el Talmud– y da lugar a una extraordinaria eclosión y producción de literatura científica, filosófica, filológica, poética, tanto en hebreo rabínico como en árabe –mejor expresado: judeoárabe– sin parangón en otras latitudes y épocas. Se inicia una época áurea, denominada en hebreo Tor ha-zahav תור הזהב o Edad de Oro –sin igual en ninguna otra diáspora judaica, oriental u occidental, anterior o posterior– y entre los siglos x-xiii emergen las más egregias figuras y las más rutilantes luminares de las ciencias y artes del judaísmo mundial, tanto en estudios bíblicos, lingüística semítica (gramáticas y lexicologías del hebreo, arameo y árabe), derecho rabínico (halakáhהלכה ), filosofía, misticismo (cábalaקבלה ), matemáticas, astronomía, astrología, medicina, farmacología, ciencias naturales, geografía, historiografía etc., como en literatura de creación: narrativa y poesía, donde surgieron y destacaron los más excelsos, sentidos e inspirados creadores de poemas hebraicos, en sus vertientes sacras (piutimפיוטים  sinagogales) y profanas (géneros báquicos, amorosos, elegíacos, etc.).

Autores de Sefarad

De entre los centenares de autores y miles y miles de obras –de los que alcanzaron lo que hoy diríamos impacto internacional– mencionaré aquí a los más importantes, conocidos y significados, advirtiendo que la glosa y comentario de un solo autor merecería la extensión de varias páginas y alargaría excesivamente mi texto, y por ello remito siempre a las oportunas fichas del catálogo. Considérese que si pudiésemos recrear una virtual e hipotética biblioteca con tan solamente un ejemplar de cada uno de los libros y obras que han producido todos los autores hispanojudíos –y exceptuando, claro, los miles y miles de documentos privados, comerciales, fiscales, etc., escritos en hebreo y judeoárabe– los anaqueles de dicha biblioteca contendría miles y miles de códices escritos en grafémica hebraica y en hebreo, arameo, judeoárabe y acaso también en dialectos judeorromances norteños. Y aquí me encuentro ante el clásico embarras du choix, pero debo decidir y elegir mi personal y sin duda parcial selección de perlas –o mivhar ha-peninim מבחר הפנינים  [4], como decía el excelso Gavirol– e iniciar la exposición con un florilegio de autores de obras poéticas, ya que esta poesía hebraicoandalusí, tanto en su vertiente de inspiración –sagrada, hímnica, litúrgica, mística, penitencial– como la profana –lírica, amorosa, báquica, patriótica, amistosa, epigramática etc.– sobre todo la generada en Alandalús durante los siglos xi-xii, debe considerarse y estimarse como el más espléndido patrimonio de valoración ecuménica que los judíos pudieron legar a sus allegados –en este caso a los judíos de Sefarad– y en definitiva a la humanidad entera. Aquello fue un verdadero milagro debido a las circunstancias de su aparición súbita, de su rápido y pujante desarrollo, la abundancia y la variedad de sus temas, la cantidad de poetas y la altura de su numen creador. Sus primeros balbuceos se inician a mediados del siglo xi y ahí surge ya una proliferación tal de poetas que se cuentan por decenas los que florecieron a finales del primer milenio, siguen dos centurias (siglos xi-xii) de esplendor, la etapa antes citada (siglos xi-xii) en hebreo Tor ha-zahav o Edad de Oro, para terminar con tres siglos (xiii-xiv y xv) de estancamiento y decadencia.

En los inicios hay que citar, sin duda, a Menahem ben Saruq [38] y a Dunash ben Labrat [39], que fueron –además de agudos gramáticos y lexicógrafos– los pioneros e iniciadores de la poesía hebrea en Alandalús, influenciados por la poesía y cultura árabes, importadas las formas métricas y temáticas desde oriente por Dunash. Citaré también al emeritense Yosef ibn Abitur, de quien se conservan más de un centenar de poesías e himnos lítúrgicos y medró en la corte de Al-Hákam II; también merecen ser mencionados aquí Yishaq ibn Chicatilla, compositor de bellas admoniciones o אזהרות azharot, Yishaq ben Mar-Shaúl, Yishaq ibn Karpón, Yishaq ibn Halfón –considerado por el preceptista Moshe ibn Ezrá como “el poeta hebreo por antonomasia y el primero de los poetas hebraicos que hizo de su arte poético su medio de vida”–.

De la época áurea comentaré la gran figura del malagueño Samuel ibn Nagrel·la (993-1056), conocido también como Shemu’el ha-Naguid ( שמואל הנגידel príncipe – el dirigente). Fue visir (gobernador) de dos reyezuelos ziríes de Granada, autor de más de dos mil composiciones poéticas, clasificadas en tres libros: el ben-Tehil·lim (hijuelo de los Salmos), el ben-Mishlé (hijuelo de los Proverbios) y el ben-Kohélet (hijuelo del Eclesiastés). Su extraordinaria competencia en la lengua árabe fue el factor determinante del encumbramiento y poder que alcanzó este Ibn Nagrel·la, de quien un autor árabe musulmán –un tal Ibn Hayyán, citado por Dozy en su Historia de los musulmanes de España, volumen III…– nos ha dejado un retrato-descripción que no me resisto a transcribir: “Este maldito judío era en sí mismo uno de los hombres más perfectos, aunque Dios no le informó sobre la verdadera fe; destacó por su sabiduría, tolerancia, inteligencia e ingenio; por el encanto de su carácter, perseverancia, astucia, sagacidad, autocontrol y cortesía natural, sabía cómo actuar de acuerdo las exigencia de cada momento, cómo halagar a sus enemigos y alejar la sospecha de sus corazones con sus finos modales, ¡qué hombre tan extraordinario! Escribió con dos plumas: árabe y hebreo, y conocía las literaturas de ambos pueblos; estaba profundamente interesado por la lengua árabe, la investigó, estudió la literatura escrita de esta lengua y analizó sus raíces; su mano y su lengua la dominaban libremente y solía escribir en árabe en su propio nombre o en el del rey, empleando, cuando hacía falta, las invocaciones de los musulmanes a Dios o a los profetas, ensalzó al Islam y se extendió en alabanzas a sus ventajas hasta tal punto que sus cartas parecían propaganda de esta religión. Destacó asimismo en el conocimiento de los antiguos, en las varias ramas de las matemáticas y su saber astronómico era mayor que el de los astrónomos, lo sabía todo acerca de la geometría y la lógica; su forma consumada de debatir aplastaba a sus adversarios. Como era sabio, hablaba poco y pensaba mucho y reunió una buena biblioteca”.

El malagueño Salomón ibn Gabirol (1020) murió muy joven en Valencia (1058), pobre y enfermo; además de filósofo y científico de hondo pensamiento y alta elucubración escribió en judeoárabe el tratado Yanbuaʻ al-hayyat ينبوع الحياة, traducido después al hebreo como Meqor-hayyim מקור חיים  y en latín conocido como Fons Vitae [51] entre los eruditos cristianos europeos. Ocupa un lugar señero entre los más elevados vates judeoandalusíes, pues su Kéter malkutכתר מלכות  (Corona real) es un excelso exponente de sus sentimientos religiosos en cuatrocientos versos rimados, que resumen poéticamente la cosmología peripatética alejandrina.

El tudelano Yehudá ha-Leví (1075-1161) [45], considerado por don Marcelino Menéndez Pelayo como “el príncipe de los poetas hispanohebreos” y lo incluye, junto a Ibn Gavirol, en el insuperable elogio de que “no hubo poetas mayores que ellos dos desde Prudencio (siglo iv) hasta Dante (siglos xiii-xiv)”. Cultivó todo género de poesías, destacando por su elevado lirismo en las Siónidas, poemas en recuerdo y añoranza de su amada y adorada ciudad santa, de su anhelada Jerusalén.

Moshéh ibn Ezrá, granadino de quien se hizo breve mención más arriba (1055-1135), en un primer momento autor de poemas de estilo horaciano que cantan la alegría de vivir, la placentera y próspera juventud y de otras de carácter penitencial, correspondientes a la segunda etapa de su vida, más sosegada y triste, pobre, que le han merecido el título de poeta penitencial por excelencia. Como preceptista escribió dos obras en judeoárabe, más tarde traducidas al hebreo y conocidas comoשיר ישראל  Shir-Yisra’el (Poesía de Israel) estudiadas, traducidas y editadas por el profesor Alejandro Díez Macho.

Abraham ibn Ezrá, de la aljama de Tudela (1092-1167), fue el mayor polígrafo, gramático, matemático, astrónomo, astrólogo, filósofo y comentarista bíblico del judaísmo después de Maimónides –del que trataremos más adelante– fue asimismo autor de numerosas poesías, en su mayoría profanas, y las menos de corte religioso o sagrado. Aunque el cultivo de la poesía no fuera para él más que un eventual divertimento de juventud, de él dice el profesor Millás Vallicrosa en su Poesía sagrada hebraicoespañola que “se descubren –en Ibn Ezrá– las superiores dotes poéticas en la fuerza, el fervor y la gracia que matizan sus composiciones según sus respectivos géneros.

Entre los poetas del tercer período (siglos xiii-xv), de estancamiento y decadencia, de declive, todavía podemos consignar a una corte de cultivadores de la poesía hebrea que, si no fueron de tan altos vuelos e inspiración como sus predecesores, en cambio tienen el mérito de haber sobresalido y destacado en otras esferas de la literatura y de las ciencias, entre ellos:

Moshéh ben Nahmán, también conocido como Nahmánides y líder de la aljama barcelonesa, autor de un comentario a la Toráh [31] y de otras obras místicas y especulativas, pero autor de un muy bello poema dedicado a la conmemoración de la festividad de ראש השנה Ro’sh ha-shanáh o Año Nuevo.

Otro de territorio catalán fue Shem Tov ibn Falaqerah, poeta y filósofo, autor de poemas satíricos y epigramáticos de carácter didáctico y otros de carácter sacro, religioso y sinagogal.

Todros ben Yehudáh Abulʻafiyah, toledano, de la corte de Alfonso X el Sabio, autor de un extenso diwán (cancionero) titulado גן המשלים והחידות Gan-ha-meshalim we-ha-hiddot (Pensil de las sentencias y de los enigmas) con más de ochocientas poesías de variada y entretenida temática: amorosas, satíricas, epigramáticas, elegíacas e incluso religiosas.

Meshul·lam ben Meshul·lam de Piera, el poeta más importante de finales del siglo xiv e inicios del xv, autor de otro diwán con más de trescientos sesenta poemas e himnos, estudiados, traducidos y editados por el profesor Josep Ribera Florit, de la Universidad de Barcelona.

De justicia es mencionar aquí a Shelomóh ben Re’uvén Bonafed, autor de otro diwán de poemas amorosos, elegíacos, satíricos, didácticos y de amistad, estudiados y traducidos por la profesora Ana María Bejarano, también de la Universidad de Barcelona.

Y por último –last but not least– tampoco me puedo olvidar del rabí palentino Sentó de Carrión y sus famosos Proverbios morales, que circularon en versión manuscrita aljamiada hebraicocastellana entre lectores judíos y en letras latinas entre el público lector cristiano-castellano. También en territorios de la Corona de Aragón los judíos cultivaron –aunque poco– la poesía en aljamía hebraicocatalana, de la que se han conservado cinco cantos epitalámicos, rescatados del olvido hace muchos años por el sabio profesor Moshéh Lazar y posteriormente reeditados y traducidos al catalán moderno por el erudito Jaume Riera i Sans.

Paso ahora a presentar algunas figuras señeras del ámbito de la filosofía, porque sin menoscabo de reconocer que todo lo que los judíos andalusíes debieron a los árabes musulmanes en el florecimiento de las ciencias y las letras, don Marcelino Menéndez Pelayo en sus Ideas estéticas afirma con rotundidad lo siguiente: “Un siglo antes de que Tufayl y mucho antes de que comenzase a filosofar nadie entre los árabes españoles la misma doctrina neoplatónica había encontrado entre nuestros hebreos expositores profundos y originales”.

Suelen señalarse asimismo tres etapas o períodos y tres corrientes principales –con las obligadas salvedades, excepciones y omisiones– en la evolución diacrónica del pensamiento filosófico hispanojudío: los siglos xi-xii son una época de corte neoplatónico.

De Shelomóh ibn Gavirol y de su obra –la más arriba mencionada Meqor Hayyim o Fons Vitae– afirma Bonilla y Sanmartín en su Historia de la filosofía española que “es, sin disputa, la producción más importante que de Aben Gavirol conservamos, aquella por la cual fue conocido de los escolásticos del Siglo de Oro y en la que más resalta su genio filosófico”.

Otro pensador destacable es Bahyah ibn Paquda, conocido universalmente por su obra חובות הלבבות Hovot ha-levavot o Deberes de los corazones (o ‘morales’) [37 y 42] que para Bonilla y Sanmartín (op. cit.) “…es la obra más española que ha producido la cultura hispanojudía y es muy probable que las pruebas de la existencia y unidad de Dios dadas en el Hovot fuesen después tenidas en cuenta por Santo Tomás de Aquino al tratar de esas cuestiones en sus obras teológicas”.

Un judío originario de tierras catalanas, Abraham bar Hiyya’ ha-Bargeloní, polígrafo autor de diversas obras científicas y filosóficas, destaca también como pensador en su Meditación del alma, de contenido ético, y en su obra enciclopédica Fundamentos de la inteligencia y torre de la fe, estudiadas ambas por el profesor Millás Vallicrosa.

Vuelvo a traer a colación al poeta tudelano Yehudáh ha-Leví, autor de un polémico texto de sabor apologético titulado Kuzarí כוזרי [19] donde se pretende demostrar las excelencias, primacía y preeminencia de la fe judaica sobre el cristianismo y el islam, con el resultado de la conversión al judaísmo del rey del pueblo jázar a la fe mosaica, y con él sus súbditos. Bonilla y Sanmartín incluye y comenta este libro en su Historia de la filosofía española apostillando “… como quiera que sea el juicio que se forme sobre el valor de este gran poeta, en cuanto a pensador no puede negarse que la aceptación de su Kuzarí llegó a competir con la Guía de Maimónides… por sus interpretaciones del Séfer Yetsiráh por sus ideas del microcosmos, por su estudio del simbolismo de los nombres divinos y de las excelencias y virtudes de la lengua santa, aparte de otros motivos, Yehudáh ha-Leví influyó indudablemente en el desenvolvimiento de las doctrinas de la cabalá, en las doctrinas de Abraham ben Daud de Toledo sobre la tradición y sobre el libre albedrío échase de ver también el influjo de Yehudáh ha-Leví.

Retomo de nuevo a la figura de Abraham ibn Ezrá, el polígrafo hispanohebreo que abarcó las más arduas y variadas materias. Como filósofo destacó por sus Fundamentos de la reverencia, por el Libro del Nombre, el Ramillete de la sabiduría y pensil del pensamiento, el Libro de la lógica, la Casa de las costumbres. Estos libros filosóficos fueron traducidos a las lenguas de la Europa cristiana e influyeron no poco en pensadores cristianos como Pico della Mirandola, que siempre lo cita con sumo respeto.

Paso ahora a los filósofos aristotélicos, ya de los siglos xiii-xiv:

Moshéh ben Maymón [18] –conocido como Maimónides (Córdoba 1113-Fustat 1204)– no solamente es el máximo luminar de las letras y las ciencias del judaísmo hispano, sino del pensamiento judío universal de todos los tiempos, y tanto es así que los propios judíos tienen por cierto que “de Moshéh –el libertador– hasta Moshéh –el sabio cordobés– no hay otro Moshéh”. Nació en el seno de una familia de eruditos y jueces y desde muy niño recibió una esmeradísima y amplia formación judaica y rabínica, así como literaria, científica y lingüística. Estudió también en academias de musulmanes, escribió en judeoárabe. Su obra filosófica fundamental –redactada en judeoárabe y después traducida al hebreo por el granadino Yehudáh ibn Tibbón– es el Moréh-nevukim מורה נבוכים , (‘Guía de descarriados’ o ‘Maestro de perplejos’) [40]; redactó en hebreo la Mishné-Toráh משני תורה (Segunda Ley) una muy clara y sistemática organización del Talmud.

Don Marcelino Menéndez Pelayo, una vez más, en sus ya citadas Ideas estéticas considera a Maimónides como “el talento más dialéctico y positivo que produjo la raza hebrea, su Aristóteles, de los tiempos medios, el fundador de la exegesis racionalista, autor de la insigne suma teológica y filosófica que se conoce como Guía de los que dudan… Por su parte, Bonilla y Sanmartín, en la obra citada supra, no exagera al afirmar lo siguiente “…tratándose de una personalidad tan sobresaliente y de un escritor tan fecundo como Maimónides, todo cuanto se diga es escaso y sería necesaria una extensa monografía para exponer cumplidamente sus trabajos y doctrina; fue quizá el pensador judío más conocido y citado por los escolásticos y después de Maimónides el pensamiento filosófico judío decae considerablemente. Sigue habiendo comentaristas, intérpretes, glosadores, eruditos, algunos de ellos importantísimos, pero no se encuentran ya pensadores como Ibn Gavirol, poetas-filósofos como Yehudáh ha-Leví, polígrafos del talento de Maimónides”.

Shem-Tov ibn Falaqera, antes citado, vivió en Cataluña y Provenza durante la segunda mitad del siglo xiii es autor de poesías y obras filosóficas y morales, la más importante es el Séfer-ha-mevaqqeshספר המבקש  (Libro del que indaga) a modo de introducción popular a la filosofía, en forma de maqamas o cuentos de variado y ameno contenido.

Otro importante sabio talmudista, astrónomo y filósofo del siglo xiv fue el rabino de Barcelona Nisim ben Reuvén Girondí, autor también de una interesante colección de dictámenes jurídicos o responsa, fue maestro de los no menos celebrados rabinos Hasday Cresques (1340-1420) y Yishaq bar Shéshet Perfet (1326-1408), que ejercieron en territorios de la Corona de Aragón y el norte de África.

En el siglo xv aparecen filósofos judíos más independientes y eclécticos, entre ellos el antes citado Hasday Cresques, cuya obra Or-Adonay ספר אור י”י (Luz del Señor) [7] se enmarca dentro de un marco filosófico más bien independiente que el de su maestro rabí Nisim, de corte más aristotélico.

El aragonés Yosef Albo (1380-1444), discípulo de Cresques, intervino en la célebre y dilatada controversia judeo-cristiana de Tortosa y Sant Mateu (1413-1414), ante el rey Fernando I y el papa Benedicto XIII. Tras la derrota de los disputantes rabinos y el masivo bautismo de judíos, Yosef se retiró a Soria y allí redactó suספר העיקרים  Séfer-ha-ʻiqarim (Libro de los principios), obra de gran impacto popular entre aquellos desconcertados judíos contemporáneos, donde en esta obra combina las concepciones filosóficas de su maestro con las de Maimónides sin dejar por ello imprimir al conjunto un cierto sello personal independiente, con el destacado relieve dado a los dogmas religiosos del judaísmo.

Otro importante personaje, don Yishaq Abravanel (Lisboa 1437-Venecia 1508) [17] nacido en el seno de una adinerada y culta familia de judíos portugueses, los Abravanel, y desde niño recibió una esmeradísima y amplia formación hebraicojudaica y conoció también la cultura renacentista del mundo cristiano. De muy joven ya polemizaba en la sinagoga con sabios maestros sobre el Deuteronomio, y había redactado en hebreo la ‘Atéret ha-zeqenim עטרת הזקנים (‘Ornamento de los ancianos’, un tratado sobre la providencia y la profecía). Fue asimismo eminente estadista y financiero de varios reyes portugueses y muy influyente en la corte de los católicos Isabel y Fernando. Compuso numerosas obras de carácter exegético bíblico y sobre cuestiones místicas, así como tratados de filosofía y de teología. Su más importante contribución es ראש אמונה Ro’sh-’emunah (‘Cúspide de la fe’) donde sigue la mayoría de los postulados de Maimónides. En 1492 no aceptó el bautismo y abandonó la península desde el puerto de Valencia para asentarse en Italia.

 

En el apartado de la ciencia y la medicina mencionaré de nuevo a Moshéh ibn Ezrá, quien testimonia y dice que “los judíos establecidos en Sefarad aprendieron de los árabes en el transcurso del tiempo las distintas ramas de las ciencias” y se hicieron perfectos conocedores de las distintas disciplinas científicas; destacaron –como no podía ser menos– en el desarrollo de la matemática, y sobresalieron en la aritmética, álgebra, geometría y en las ciencias físico-naturales, sobre todo en la astrología, la astronomía, y siendo la medicina y la farmacología las de mayor preferencia como profesiones subsidiarias entre los sabios rabinos medievales, así como otras ramas afines y derivadas.

El iniciador de estos estudios –de la ciencia pura y dura– en el siglo x fue el antes citado Hasday ibn Shaprut, pues de él nos dice elogiosamente Moshéh ibn Ezrá que “supo extraer para su país las aguas de las fuentes de la ciencia oriental e importar los tesoros de la sabiduría desde todas las ciudades lejanas, él fortificó las columnas de la ciencia rodeándose de sabios procedentes de Siria y Babilonia”, dirigió y colaboró con el monje Nicolás Monardes en la primera traducción de la obra del botánico griego Dioscórides, se le atribuye también la invención de una droga que se añadía a la fórmula magistral conocida en latín como triaca magna, y fue médico de los dos primeros califas cordobeses; trató de obesidad mórbida al rey cristiano de León, Alfonso I el craso, y logró curarlo.

Del siglo xi mencionaré de nuevo al barcelonés Abraham bar Hiyya’, cuya obra científica fue estudiada por Millás Vallicrosa, destacando como matemático, astrónomo y astrólogo; entre sus obras cabe citar el Tratado sobre las áreas y las medidas, traducido al latín en 1166 por un tal Platón de Tívoli y que sirvió como libro de referencia durante mucho tiempo en la Europa cristiana. Importante es La forma de la Tierra, de contenido geográfico-astronómico, con una segunda parte dedicada al Cálculo del movimiento de los astros y en el Libro revelador vaticina, mediante complejas especulaciones astrológicas y cálculos matemáticos, la venida del Mesías para el año 1358. El Libro de la intercalación, obra pionera en este asunto, pues permite calcular la fecha del año preñado del calendario hebraico, el año que precisa incluir –intercalar, añadir– un segundo mes de ‘adar, debido a la pérdida temporal que sufre el cómputo lunisolar del sistema judaico. Corresponde a este sabio judío barcelonés el mérito de ser el primero en escribir su obra enteramente en hebreo, y no en judeoárabe y que fuesen traducidas al latín y conocidas en las universidades europeas cristianas.

El polígrafo Abraham ibn Ezrá fue un gran viajero que visitó diversos países norteafricanos, del próximo oriente y de Europa (Italia, Francia, llegando incluso a Inglaterra). También cultivo la matemática, la astrología-astronomía, siendo esta última especialidad híbrida la que más fama le granjeó e influencia entre judíos y cristianos. La mayoría de sus escritos, como el Libro del número, el Libro del quebrado, El instrumento de cobre (es decir, el astrolabio), el Libro del nacimiento [1], el Libro del destino, el Libro de la astrología, el Libro de las luces, etc., entre más de un centenar que se le atribuyen, fueron traducidos al latín y fue conocido entre los sabios cristianos como Abraham Judaeus.

El gran Maimónides también cultivó en profundidad la matemática, la astronomía y la astrología [9], legándonos un Cálculo de la intercalación, donde trata de la Luna y sus fases y las estaciones del año, todo ello con el objeto de ajustar con exactitud el año lunisolar hebraico y fijar muy bien las fechas de las festividades. Una vez instalado en Fustat se vio obligado a ejercer la medicina y llegó a ser médico particular de los máximos gobernantes egipcios. En 1177 fue nombrado director y guía espiritual de la comunidad judía local y de todas las de Egipto. Escribió en judeoárabe un Régimen de salud en cinco capítulos, los Aforismos de Moshéh en 25 capítulos, siguiendo la sistemática de los famosos aforismos hipocráticos. Tiene un Tratado sobre los venenos y sus antídotos, dedicado a Saladino, otro Tratado sobre las hemorroides, más otro Tratado del asma. >A pesar de los sinsabores y desdichas que la vida le deparó, en sus escritos, en perfecta concordancia con los valores de la tradición judaica, se nos presenta Maimónides como optimista, como vitalista y predica el mens sana in corpore sano para lograr la alegría de vivir, encuentra el objeto de la vida en la vida misma, porque para él, vivir es trabajar por la ciencia y la vida intelectual, la más sublime de todas. Falleció en Fustat, el viejo Cairo, en 1204 y con el paso de los años sus restos fueron llevados a Tiberíades, donde hoy todavía se visita un cenotafio tenido por el sepulcro del gran sabio cordobés.

No puedo dejar de citar en este comprimido y reducido repertorio de conspicuos hebreos de Sefarad a mi querido y estudiado Benjamín bar Yonáh de Tudela. Conocido tan solamente por su ספר מסעות Séfer masaʻot (o Libro de viajes) [16, 20 y 23], obrita de gran impacto internacional –leída en comunidades judías de Alemania y hasta en el lejano Yemen– redactada en ágil hebreo que da cuenta de todo cuanto este arriscado e infatigable viajero de la segunda mitad del siglo xii vio –personalmente– y oyó –de boca hombres veraces– a través de diversos países de la cuenca mediterránea y próximo oriente, sin faltar la obligada visita a Tierra Santa y Jerusalén. Este libro es cantera generosa de datos históricos, geográficos, climáticos, demográficos, religiosos, etnográficos e incluso lingüísticos, con no pocos materiales legendarios y fantásticos. Casi nada sabemos de su biografía y los pocos datos que constan en el prólogo de su libro nos apuntan a que era de Tudela, hijo de un tal rabí Yonáh, y “hombre inteligente e ilustrado, versado en la Toráh y en la Halakáh, políglota y experto en varias artesanías y mercaderías. Su viaje se calcula, más o menos, entre 1160/65 (salida de su Tudela natal) hasta su regreso a Sefarad, hacia el 1173. La primera traducción a una lengua culta europea fue al latín, a cargo del insigne hebraísta extremeño Benito Arias Montano, basada en la editio princeps hebrea (Istambul 1543) y vio la luz en Amberes en 1575, con el largo título Itinerarium Beniamini Tudelensis in quo res memorabiles, quas ante quadringentos annos totum fere terrarum orbem notatis itineribus dimensis vel ipse vide vel a fide dignis suae aetatis hominibus accepit, breviter atque dilucide describuntur; ex hebraico latinum factum Bened. Arias Montano interprete. El Séfer masaʻot ha sido traducido a diversas lenguas europeas –entre ellas el ruso– e incluso hay una versión al judeoárabe. La primera traducción castellana –basada en el texto hebreo de Asher y posteriormente adaptada al editado por Adler– es la tesis de doctorado del semitista Ignacio Agustín González Llubera y lleva por título Viajes de Benjamín de Tudela. 1160-1173. Por primera vez traducidos al castellano con introducción, aparato crítico y anotaciones. Madrid 1918. Por último, quien esto suscribe es autor de una segunda traducción del Séfer Masaʻot, apoyada en el texto de Adler y bibliografía complementaria más actualizada: Libro de viajes de Benjamín de Tudela. Versión castellana, introducción y notas. Barcelona 1982 [2ª edición 1989], que acompaña al texto hebreo y la versión al euskera de la mía castellana –a cargo del sabio lingüista Xabier Kintana– en otro libro posterior titulado Benjamin Tuteraoka. Bidaien Liburua. Libro de Viajes. Benjamín de Tudela. Pamplona 1994. También se reeditó en una edición popular: Benjamín de Tudela. Libro de Viajes. Biblioteca Básica Navarra. Pamplona 2002.

En el céntrico barrio jerosolimitano de Rehaviah hay una amplia y concurrida calle que ofrece una hermosa placa cerámica con el escudo de la muy noble y muy leal ciudad de Tudela, dedicada en honor y a la memoria del muy estimado viajero tudelano: בנימין מטודילה  רחוב (rehov Biniamín mi-Tudelah).

Otro insigne científico judío que conviene no olvidar es Jacob ben Me’ir ibn Tibbón –bisnieto del granadino ibn Tibbón, traductor al hebreo de los textos judeoárabes de Maimónides– conocido entre los cristianos como Profiatus Tibon, que llegó a ser, nada menos que decano de la famosa Escuela de Medicina de Montpellier; compuso y tradujo obras de filosofía y medicina, matemáticas y astronomía, cuyos textos astronómicos y tablas, vertidos al latín, gozaron de gran aceptación entre los cristianos. Lo cita Copérnico en el siglo xvi así como otros astrónomos europeos de su época.

No me puedo dejar en el tintero al salmantino Abraham Zacuto, que en 1492, expulsado de Castilla, se estableció en Lisboa y fue un destacado astrónomo, geógrafo y cronista de los reyes portugueses don Juan y don Manuel. A este último lo aconsejó y asesoró acerca de la viabilidad en el proyecto del viaje marítimo –ruta atlántica e índica, doblando el cabo de Buena Esperanza– que más tarde emprendió Vasco de Gama en busca de las especias. Escribió una crónica histórica, elספר היוחסין  Séfer ha-Yuhasín (Libro de las genealogías).

Antes de concluir este apartado –obligada y confesadamente incompleto por obvias razones de espacio– todavía insistiré en el hecho que durante los siglos xiii, xiv y xv –considerados de estancamiento y decadencia– los judíos sefardíes y andalusíes arabófonos y los de las potencias cristianas septentrionales mantuvieron y explotaron al máximo sus habilidades y destrezas políglotas, tanto a nivel oficial actuando como embajadores, intérpretes y escribanos de los monarcas, como traductores de obras hebreas y árabes al castellano y al catalán. Sirvan de ejemplos el equipo de traductores judíos al servicio de Alfonso X el Sabio en la famosa Escuela de Traductores de Toledo o el encargo del rey Jaime II de Aragón al barcelonés Yahudáh Bonseynor, que tradujo de fuentes árabes y orientales al catalán el Llibre de paraules i dits de savis i filòsofs [47 y 48].

Fue este perfecto y profundo conocimiento y dominio de la lengua árabe y de su cultura lo que posibilitó el encumbramiento, fama y éxito de nuestros sabios judíos, tal como lo testimonia la carta del ya citado Yehudáh ibn Tibbón [8] –instalado en Provenza– a su hijo Samuel: “Ya sabes que los grandes de nuestro pueblo no han alcanzado la fama ni los altos cargos a no ser por la escritura árabe; ya has visto lo que explicaba el Naguid, de bendita memoria –se refiere a Samuel, visir del rey de Granada– sobre la grandeza que consiguió gracias a ello; asimismo en este país –es decir, en Provenza– puedes ver cómo el nasí rabí Shéshet –que fue baile o delegado real de Barcelona– de bendita memoria, gracias a su conocimiento de la lengua árabe, tanto aquí como en tierras de Ismael pudo escapar de sus deudas y hacer grandes dispendios y donaciones”.

Es éste tan solamente un esbozo, un esquema, la cima de ese inmenso iceberg que constituye el ubérrimo y generoso legado literario y científico que nos dejó en herencia el judaísmo hispano-sefardí tras largos siglos de permanencia y creación en esta península que ellos llamaron Sefarad. Bien cierto es que esta colosal y ecuménica obra intelectual, al trascender nuestras fronteras, constituye parte importantísima y destacada del patrimonio universal de España, que algunos de sus hijos, en este caso los judíos, dejaron para beneficio y progreso de las Ciencias, la Cultura y la Humanidad. No hemos de buscar las insidiosas cuentas saldadas de don Claudio, sino que, como ya escribió don Marcelino –y repito la cita del principio– “debemos buscar los orígenes de nuestras cosas donde realmente se encuentran, es decir, en las ideas e instituciones de todos los pueblos que han pasado por nuestro suelo y de los cuales no podemos menos que reconocernos solidarios”.

Estudios generales e historia medieval

A finales del siglo xv (1492-1497) desaparecen los judíos de los estados cristianos de la península ibérica (Castilla y Corona de Aragón, Navarra y Portugal), tras casi quince siglos de presencia ininterrumpida. A estos judíos expulsos –asentados en países de la cuenca mediterránea, en Europa e incluso en el recién descubierto nuevo mundo–, se les conocerá en lo sucesivo como sefardíes. Los dos siglos siguientes (xvi-xvii) son de cierto olvido –incluso de marcado menosprecio– de todo lo judaico y hebraico en y de nuestra patria. Sin embargo, es a partir del siglo xviii cuando la curiosidad científica y erudita de algunos semitistas-orientalistas, como el sabio numismático valenciano Francisco Pérez Bayer (1711-1794) o el setabense dominico Jaime Villanueva (1765-1824) hizo tomar conciencia de la gran importancia que los judíos tuvieron en el conjunto de la historia general, tanto filosófica, científica, literaria, etc., de España.

En el siglo xix aparecen los densos y documentados trabajos de José Amador de los Ríos (1816-1878): sus Estudios históricos, políticos y literarios de los judíos de España (1848) [60 y 64] y la Historia social, política y religiosa de los judíos en España y Portugal (en tres volúmenes 1875-76) [68], son obras pioneras que marcan un punto de inflexión en la orientación de la moderna investigación científica, con base en las fuentes documentales, de los judíos hispanos, que más tarde suscitaron el interés de otros eruditos extranjeros, como el sabio judío alemán Heinrich [Tzvi Hirsh] Graetz, con su monumental Geschichte der Juden (Historia de los judíos, 1853-1875) [67] y el rabino –también alemán– Meyer [Me’ir] Kayserling (1829-1905), autor de diversos estudios sobre poesía hebrea (Sephardim. Romanische Poesien der Juden in Spanien. Ein Beitrag zur Literatur und Geschichte der Spanisch-Portugiesischen Juden, 1859) y de historia de los judíos hispanos (Geschichte der Juden in Navarra, den Baskenländern und auf den Balearen, oder Geschichte der Juden in Spanien, 1861) [65 y 66]. Hacia finales de siglo (1894) apareció el irregular y poco acertado librito del británico Joseph Jacobs (1854-1916) An inquiry into the Sources of the History of the Jews in Spain [74], obra de precipitada compilación a lo largo de tan sólo tres semanas de visitas a diferentes archivos y bibliotecas de España. De gran mérito son los resúmenes (regesta) de la nutrida documentación del Archivo de la Corona de Aragón que publicó en la parisina Revue des Études Juives el esforzado archivero Jean Régné: Catalogue des actes de Jaime Ier, Pedro III et Alfonso III, rois d’Aragon, concernant les Juifs (1213-1291), Actes de Jaime Ier (1213-1276) y Actes d’Alfonso III (1285-1291) et Pièces justificatives de 1224 à 1291, refundidos con útiles índices en History of the Jews in Aragon: Regesta and documents 1213-1327. Edited and annotated by Yom Tov Assis, in association with Adam Gruzman, como primer número de la serie Hispania Judaica, 1978.

Más tarde, ya a inicios del siglo xx y antes de la Gran Guerra, entra en escena el filólogo romanista e historiador –también judío y alemán– Fritz Baer (1888-1980), con una importante monografía –su tesis doctoral– de largo título: Studien zur Geschichte der Juden im Konigreich Aragonien während des 13. und 14. Jahrhunderts (1913) seguida de dos fundamentales compendios documentales, uno dedicado a los hebreos de la Corona de Aragón y del reino de Navarra: Die Juden im christlichen Spanien. Erster Teil Urkunden und Regesten I. Aragonien und Navarra (1929) y el segundo sobre judíos de Castilla y con procesos inquisitoriales: Die Juden im christlichen Spanien. Zweiter Band. Kastilien. Inquisitionsakten (1936) [77], con los que fundamentó su gran obra de síntesis (en hebreo תולדות היהודים בספרד הנוצרית) y publicada en Jerusalén, 1945, con una poco afortunada traducción inglesa de los años 60’ y una muy digna versión española a cargo del sabio hebraísta José Luis Lacave, en 1982, con el título Historia de los judíos en la España cristiana. Allá por los años 60’ apareció, en Jerusalén y en hebreo, otra monografía histórica sobre los judíos de Alandalús:קורות היהודים בספרד המוסלמית  por el profesor Eliyahu Ashtor, con buena traducción inglesa en tres volúmenes (The Jews of Moslem Spain, 1973 y ss.), aunque todavía sin la esperada traducción al español.  

Historia local, legado material y otros

Los investigadores españoles no anduvieron a la zaga de cuanto se hacía y publicaba en el extranjero sobre los judíos de y en Sefarad. Y una pléyade de beneméritos eruditos locales (sabios de pueblo, clérigos, archiveros, cronistas e historiadores aficionados) aportaron una copiosa documentación hasta entonces inédita de archivos y estudios parciales tanto sobre la arqueología e historia de nuestros judíos, de los barrios judíos y de las sinagogas, las lápidas, etc. Citaré, por ejemplo, al catalán Fidel Fita (1835-1918) [72], polígrafo jesuita y miembro de la Real Academia de la Historia, iniciador de la moderna epigrafía hebraica, o al saguntino don Antonio Chabert (1846-1907), al canónigo-archivero de Denia, al padre Roque Chabás (1844-1912), también al alicantino y bibliotecario-cronista de Castellón don Juan Antonio Balbás (1843-1903) y tantos otros que harían la lista interminable.

Desde mediados del siglo xix, en las distintas universidades españolas –incluso en la de La Habana– se dotaron algunas cátedras de Lengua Hebrea, acumuladas a las de Lengua Árabe, pero enfocadas hacia unos rudimentarios estudios de la gramática del hebreo bíblico y poca cosa más. Sin embargo, en 1914 fue invitado a la Universidad Central –hoy Complutense– el sabio jerosolimitano de origen sefardí, profesor Abraham Shalom Yahuda (1877-1951), el primer judío catedrático de Estudios Hebraicos y Judaicos, que durante una década de fructífero magisterio, hasta el año 1924, fue el modernizador de los contenidos científicos y metodológicos en estos estudios y áreas de conocimiento, y maestro de maestros, entre los que puedo mencionar a González Llubera, Cantera Burgos y Millás Vallicrosa, entre los más destacados posteriormente.

Tras la guerra fratricida de 1936-1939, el nuevo orden del régimen vencedor reorganiza la vida académica universitaria y no solamente mantiene las cátedras de hebreo en Madrid, Barcelona y Granada, sino que, al crear en 1940 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) concedió la dotación de plazas para investigadores estudiosos de temas hebraicos, bíblicos, sefardíes y orientales, con la revista Sefarad como órgano y medio de expresión y difusión de estas investigaciones. Tanto las universidades antes mencionadas –Madrid, Barcelona y Granada– encabezadas por sus catedráticos Cantera Burgos, Millás Vallicrosa y Gonzalo Maeso, como el CSIC serían fructífero semillero de nuevos y entonces todavía jóvenes profesores e investigadores de nuestro legado hebraico y judaico, como Díez Macho, Díaz Esteban, Jacob Hassán, Lacave, Riaño, David Romano… a los que habría que sumar la novísima generación posterior formada por los discípulos y colaboradores de Sáenz Badillos, Del Olmo Lete y Carrete Parrondo en Madrid-Granada, Barcelona y Salamanca.

Recordaré aquí –haciendo un obligado inciso– la acre polémica que a mediados de siglo pasado mantuvieron el hispanista brasileño Américo Castro Quesada (1885-1972), autor de España en su historia (1948) y La realidad histórica de España (1954) –donde él creía ver todo lo hispano como obra de los judíos– y el historiador abulense Claudio Sánchez-Albornoz y Menduiña (1893-1984), encarnizado detractor de los exagerados ditirambos del primero y pugnaz negacionista del legado judío hispano en un crudelísimo capítulo titulado “Cuentas saldadas. Contribución de los judaico en la forja de lo español” de su no menos polémica obra España, un enigma histórico (1956), donde manifiesta su posición.

Algo puedo añadir acerca del legado material, de los relictos arqueológicos que dejaron los judíos en Sefarad. Son más bien escasos, pero bien localizados, inventariados, estudiados y publicados. Modélico en su género es el moderno y muy bien gestionado Museo Sefardí de Toledo, instalado en la antigua sinagoga de Samuel Leví (se conoció también como iglesia de Santa María del Tránsito, al ser convertida en templo católico tras la expulsión de los judíos en 1492) y muy interesante también es el de Gerona, ubicado en el corazón del antiguo call medieval de la ciudad.

¿Qué decir de las antiguas juderías? En Cataluña, Rosellón y Mallorca se denominó call al barrio donde residieron, concentrados, los hebreos y tan sólo en Lérida se llamaba Cuiraça; en Valencia y Aragón era la jueria/judería, pero hay referencias al ebraismo de Zaragoza. En Castilla: judería. Eran reductos o barrios más o menos definidos, a veces con algunas puertas de protección para evitar fricciones o problemas en determinadas fechas señaladas, como durante la Semana Santa.

Los cementerios de las aljamas hebreas fueron objeto de sistemático saqueo y expolio tras la expulsión de finales del siglo xv –excepto el Judi[z]mendi (monte de judíos) de Vitoria, que permanece casi intacto desde entonces hasta hoy– y solamente algunas lápidas y restos se han podido recuperar, estudiar y publicar. A mediados del siglo pasado se excavó metódicamente el cementerio judaico del Montjuic de Barcelona –a pesar de la oposición de ciertos grupos religiosos de las comunidades israelitas de España– y se estudiaron tanto los restos óseos como las tipologías de los sepulcros e hipogeos. Han aparecido otros restos de cementerios en Gerona, Valencia, Tárrega y otras localidades de nuestra geografía, pero actualmente las quejas y presión de las autoridades religiosas judías de España, Francia e incluso de Israel, impiden la labor de los curiosos arqueólogos.

Además de los pioneros trabajos del padre Fita, ya citado, los restos epigráficos hebreos, tanto los procedentes de cementerios y tumbas como los ornamentales y conmemorativos, fueron inventariados y publicados por los profesores Cantera y Millás en el libro Las inscripciones hebraicas de España (1956) tarea que completó el hebraísta y arqueólogo Dr. Jordi Casanovas en una magnífica publicación a cargo de la Real Academia de la Historia: Epigrafía Hebrea (2005).

El tema de las sinagogas es apasionante y controvertido. El primer intento serio, científico, de catalogar, documentar y estudiar estos edificios de culto y estudio lo llevó a cabo el profesor Cantera Burgos en su monografía Sinagogas españolas. Con especial estudio de la de Córdoba y la Toledana de El Tránsito (1955). Se puede afirmar que en ese libro sí son todas las que están, pero no están todas las que son. A lo largo de estas últimas décadas, la investigación de fuentes latinas, romances y hebraicas ha ido identificando muchas otras sinagogas y madrazas. Pero conviene andarse con cuidado y suma cautela ante novedosos y sorprendentes hallazgos arqueológicos de supuestas sinagogas aparecidas en pintorescos barrios medievales, que intentan ofrecer al incauto turista –mediante previa adquisición del correspondiente boleto de entrada– la visita guiada a una falsa –por reducida– Sinagoga Major de Barcelona, sita en pleno call de la ciudad condal, o admirar el maravilloso solsticio de verano en la famosa Sinagoga del Agua de Úbeda, con su falso baño ritual y curiosa parafernalia chamarilera aneja. Mucho cuidado.

En lo que se refiere a los documentos escritos privados –exceptuando los códices bíblicos, religiosos, literarios y científicos de los que ya más arriba se dijo bastante–, a los shetarot legales, cuadernos de notas, cartas, etc., podemos reseñar los custodiados en las principales bibliotecas y archivos españoles, siendo de especial interés los navarros del Archivo Municipal de Tudela (estudiados por el Dr. José Luis Lacave) y el nutrido conjunto del famoso cajón 192 del Archivo General de Navarra, que estudiamos y editamos Yom Tov Assís, Coloma Lleal y yo en Navarra hebraica I. Introducción y estudio por Yom Tov Assís y José Ramón Magdalena Nom de Déu y Navarra hebraica II. Apéndice documental. Transcripción anotada de los documentos hebraiconavarros del cajón 192 del Archivo General de Navarra. Estudio por Yom Tov Assís y José Ramón Magdalena Nom de Déu. Índices y vocabulario general por Coloma Lleal Galcerán (2003).

De no menor interés son los documentos hebraicos con aljamías de los archivos aragoneses, que también merecieron nuestra atención y publicamos Coloma Lleal, Miguel Ángel Motis, Meritxell Blasco y yo en los Capítulos de la sisa del vino de la aljama judía de Zaragoza. (1462-1466). Edición y estudio de tres manuscritos hebraicos y dos latinos del Archivo Histórico de Protocolos de Zaragoza (2010) así como la Crestomatía de fragmentos hebreos y hebraicoaljamiados de Aragón (Siglos xiv-xv) colaborando esta vez conmigo Miguel Ángel Motis y Meritxell Blasco.

Todavía está en sus inicios la sistemática extracción y catalogación de los miles de fragmentos hebraicos que han aparecido ocultos en las encuadernaciones de los protocolos notariales gerundenses (en los archivos Municipal, Histórico y Episcopal) aunque ya han servido para la densa tesis doctoral de la hebraísta Esperança Valls i Pujol Els fragment hebreus amb aljamies catalanes de l’Arxiu Històric de Girona: Estudi textual, edición paleográfica i anàlisi lingüística (2015).

Excepcionalmente menciono aquí el manuscrito nº 100 de la biblioteca de la abadía de Poblet, un bello códice de haggadáh pascual, con aplicaciones áureas y bella caligrafía en soporte de vitela, que tuve el privilegio de identificar y describir, dándole por nombre la Haggadáh de Poblet y publicar en The Poblet Haggada: An Unknown Fourteen Century IIluminated Sephardi Manuscript. “Jewish Art” (Jerusalem) XVIII (1992), pp. 109-116. Este texto, también traducido al castellano, en la edición facsímil Haggadah de Poblet (con la colaboración de Agustí Altisent y Rosa Alcoy, 1993).

Antigua, moderna y contemporánea

Escasos, aunque curiosos y poco conocidos documentos impresos de finales del siglo xvii hasta bien entrada la pasada centuria se pueden consultar en los fondos de la Bibliotheca Sefarad, como es el caso de la Alegación de la Marquesa de Llaneras (circa 1693) [89] con remotas e insólitas referencias a posibles mercaderes, prestamistas o financieros judíos.

De inicios del siglo xviii (circa 1710) es una Alegación jurídica interpuesta en defensa del vecino de Barcelona Juan Tresserra contra el hebreo don Joseph Cortissos [90]. El poco conocido libro del canónigo asturiano Francisco Martínez Marina Antigüedades hispano-hebreas convencidas de supuestas y fabulosas: Discurso historico-critico sobre la primera venida de los judíos a España [91*], considerada obra pionera en la historiografía de los judíos españoles, de finales del siglo xviii (1799).

En la Real cédula de Carlos IV, dada en Aranjuez el 8 de junio de 1802 [92], ratificando todas las reales disposiciones, pragmáticas y prohibiciones contra los judíos y reforzando las actuaciones del Santo Oficio se pone de manifiesto cómo se considera a “los judíos, como a gentes que han sido miradas con horror por el puro y acendrado catolicismo de los Españoles y sus augustos Soberanos” y se les prohíbe la entrada y permanencia.

En Lisboa se publicó en 1887 a expensas de la Associação Israelita de Beneficencia Somej Nophlim el folletito Os treze artigos fundamentaes ou a confissão de fé israelita… [93] y acaso podría ser la más antigua publicación de una institución judía lisboeta de los tiempos modernos.

Otro libro primerizo y reivindicativo del judaísmo hispano es España y los judíos españoles: El retorno del éxodo, editado en Tortosa 1919 por Rafael Cansinos Assens (1882-1964) [94], novelista, poeta, ensayista, periodista, crítico literario y políglota-traductor –incluso de las lenguas que no hablaba, entre ellas el hebreo– y autor asimismo de obras de judaica como El candelabro de los siete brazos (1914), Las luminarias de Hanukah (1924), Los judíos en la literatura española (1937) y Los judíos en Sefarad (1950).

En la literatura

El interés por lo judío y lo judaico y su impacto con tintes positivos –no antijudíos– en la literatura española se puede rastrear ya en el drama del liberal abogado y escritor-periodista Eusebio Asquerino (1822–1892) La judia de Toledo ó Alfonso VIII: Drama original en cuatro jornadas y en verso, editado en 1842 [96*].

Destaco aquí la edición, en 1851, del celebrado Cancionero de Juan Alfonso de Baena (Siglo xv).– Ahora por primera vez dado a la luz, con notas y comentarios [97].

El texto de Raquel [95*], de Vicente García de la Huerta (1734-1787) también mereció la atención de Salvador Manero, que en 1867 la dio a la estampa en Barcelona [98].

Ya de inicios del siglo pasado es la novela –publicada primero por entregas– Alma negra ó El tesoro del hebreo: Novela histórica original, que bajo el seudónimo ‘Rafael del Castillo’ se ocultaba, al parecer, el periodista-autor Álvaro Carrillo [99]. Libro muy raro, se custodia un único ejemplar de Pons y Sorarrain, Editores, Barcelona (circa 1903) en la Biblioteca Nacional de Catalunya.

Y concluyo aquí con un par de obras, tales como El candelabro de los siete brazos: Psalmos, del antes citado Rafael Cansinos Assens, de 1914 [100], así como con la edición parisina de 1947 y en francés Lia, juive de Tolède, de Carlos de Batlle [101], poco conocido escritor-traductor español radicado en Francia.

José Ramón Magdalena Nom de Déu

Catedrático de Estudios Hebreos y Arameos

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